20.8.09

A la altura de la nada tiembla la pared de vidrio débil, asfixiada por tantas miradas que se reflejan.

A la altura del hielo vende el alcohol su vaho de boca en boca en forma de exhalación maloliente.

A la altura de la barbarie despliega el mundo su condición de borrego, erupción del semen del más puro patriarcado vencido.

A la altura de mi casa no quiero ver llegar a nadie. Fuera barcazas, fuera reflejos, afuera los encuentros a la medida.

A la altura del pecho de un perro callejero duerme mi nombre cálido. Duerme mi rostro sin vergüenza y amanece.

A la altura de los días me asaltan a alaridos.

A la altura de esta mentira, quién soy yo para decir que soy. Quién se vengará de mí por haberla vivido.