28.10.07

La verdad indiscutiblemente bella, tenue; como inocente que es, cree en sí misma, estira todo el cuerpo en la mañana, con total seguridad de poder extenderse indefinidamente. Te miro coqueteando en el espejo donde estás. Te añoro con humildad y recelo. Sos tan solvente como la verdad. Acaricio tu fuga, mientras vos sentís que acaricio tu pelo.
Pobres desencuentros.

Con la misma certeza que te olvido, me esperás de espaldas, quieto. No buscamos, en verdad, la soledad, solo nos convencemos. Siempre tiene el deseo la gentileza de amparar el silencio. Después, vamos a estar juntos de nuevo. La humedad va a socorrer el momento en que nos reconocemos.
Pobres desencuentros.
A la hora en que se acostarían mis huesos,
había un cielo húmedo en la obscuridad
abierto para el desvelo.

A la hora en que se arrodillaba mi alma
a pedir perdón
había tantos mudos hambrientos.

Cuando era el sostén de la miseria
vendían el corazón.

Cuando querían más
se tendía mi cuerpo apenas.

Cuando fue la hora de levantarse
tiritaban mis ojos
sin espacio, huérfanos.