18.6.09

IRÁN, ZIMBABWE Y MI CASA BELLA

Dame solo un minuto, me dije desepertando. Acuérpame el sueño, me respondí adormecida. Era la primera vez que me penetraba inmaculado el exterior. Una, dos, tres torturas alrededor. Una foto, un blog, un twit están al tanto amenazándome la soberbia serenidad de una tina a las tres de la tarde en un día laboral; exhudaba el aire caliente desnudez. Inmundo recuento de hechos: de aquí para allá, de allá para allá, más cerca de aquí no por favor.
Toque de queda en mi cuerpo, no hay sollozo que valga. Mi incomprensión viaja hasta el verdugo a la hora del abrazo y cae, cae, uno, dos, tres perdones para la eternidad, el cielo bajo sus pies ante las muertes que enumera su padecer.

A mí me duele la cabeza, a ellos la existencia.
A mí me duele la cabeza y a los muertos lo que dejan.
A mí me duele la cabeza, será el vapor.

Qué denotan los perdones de esta humanidad curpulenta. Yo me lavo las manos sucias en agua limpia. Es más, yo me baño en agua limpia. Y no tengo sed.

Valga la humanidad en este insípido recuento de un día más. Como todos los días, cuando cayó la tarde y la vimos desde el balcón que da al oeste.

Quiero un instante inocuo, sin pobres, sin dichas, solo un instante. No quiero que tiemble ni siquiera el tiempo. No quiero que nadie se pronuncie. Que nadie tenga la culpa, nadie ostente nada, nadie pierda ni gane honor. Que nada defina ese instante.

Pero andamos aquí cabalgando mudos y tuertos por la gracia divina de la desesperación, de la impotente gloria que nos dejó lo que fue, que nos deja lo que es, que no sabemos qué es. Qué más da ir o venir, matar o morir. Qué místico confluir de la desgracia el sueño y la lucidez. Qué monstruoso devenir predispuesto. Qué agobiable prolongamiento de la ignorancia.

Perdónanos, dios, por no saber qué hace tan rico el café de la mañana aquí, el té de jazmín allá, la sangre a gotas lentas y reiteradas, un, dos, tres golpes a tu espalda para que rectifiques antes de ir al cielo.